Datos del Libro:
Autor: Tomás José Riva.
Ilustradora: María Cristina Galli.
Correctora: Nelia Irma Curone de Mazzoleni.
Estudio poético: Graciela María Raffo.
Prólogo: Carlos Enrique Urquía.
Editorial: Ocruxaves.
Año: 1988.
Ejemplar de la Biblioteca D. F. Sarmiento de Cañuelas.
Reseña:
PROLOGO
Es fácil de comprender cómo algunos escritores tienen sus rencillas con las 'palabras, llegando, en algunos casos, a constituir verdaderos conflictos que no siempre son despejados como sería dable esperar.
Estas pequeñas o grandes luchas se manifiestan con mayor frecuencia en los poetas, pues, en su afán deconstruir sus textos trucados —no lo hicieron tanto los románticos que eran más sentimentales que artesanos—, recurren a presiones o rotaciones que los vocablos rebeldes rechazan con energía. Es así que resisten las palabras, y se resisten las cosas a ser convertidas en literatura. Y... ¿a quién no le ha pasado?
Se cuenta que Flaubert le dijo a Maupassant: "Ponte ante un árbol y descríbelo." El consejo si fue dado es absurdo. El observador puede tomar medidas y nada más. La cosa le negará siempre su sentido...y su ser (Sartre, diciembre de 1945). Siguiendo, la palabra es la cosa que siempre se resistirá a entregar-se, por lo que el autor responde con un enojo que impide la elaboración fluida, natural del texto. Por último, el mismo poema es cosa y tiene su innegable resistencia.
Cuando leímos los originales de LOS VIERNESBLANCOS Y EL LEBREL DE LA LUNA, advertimos que Tomás José Riva no disimuló en nada los conflictos que sostuvo con las palabras; es más, en ciertos momentos se jactó de esos altercados y echó decididamnente mano a las olvidadas mayúsculas con que varias escuelas de los siglos XVIII y XIX ornamentaban las fachadas de las palabras, a las que se imbuía de "tonalidad universal o divina", como incluso hicieron los modernistas con "Armonía", "Libertad", "Belleza' etc., tal si ciertos vocablos fueran débiles para determinadas aseveraciones y tuvieran que ser agrandadas de esa manera.
En la entrega que comentamos. Riva y su biología desbordante arremeten con los textos que superan en muchas oportunidades; como si la poesía y sus fines estéticos cedieran ante este autor enfatizado por la vida que vive, e hiciera la expresión vociferante sin proponérselo. Sin embargo, en ese forcejeo —el dela creación— la poesía no cede ni un ápice y sale luminosa en imágenes de luz propia:
"No ser ya más la hiedra agazapada
Responder a mi espíritu de árbol”
Durante la lectura de LOS VIERNES BLANCOSY EL LEBREL DE LA LUNA —que tomamos y retomamos varias veces—, tuvimos oportunidad para estos subrayados:
"Crecer en mi raíz y dibujarme / con las manos trepadas en el cielo."
"La belleza me puebla la palabra / y las formas me invaden."
Estos dos últimos versos son la confesión del poeta de considerar el poema como cosa —lo que lo hace muy interesante—, como una magia de exteriores, como un torso estético; camino que ya nos señalaba Góngora en el siglo XVII desde sus "Soledades", riqueza poética de superficialidad estupenda.
Pero, avanzando en la lectura, los conflictos se despresurizan y el poeta no solamente permite la estampida del verso sino que le agrega la suya propia y escribe líneas de poder, trazadas totalmente con mayúsculas: "LA COLOSAL METÁFORA "
"El hecho de estar vivo me enardece."
Habíamos leído ya LAS LUNAS, donde lo que comentamos hoy se insinúa, se da en avanzada desinencial. No conocemos LAS PUERTAS de 1985, libro al que alude Marta de París en su contratapa, pero no dudamos que los textos de fuerza pudieron ser leí-dos ya en esa oportunidad.
Lo reflexionado nos parece válido y valioso. Los conflictos seguirán —como nos sucede a todos—, pero entre ellos se irá dando la poesía de Riva como las luces de la luz dentro de la tormenta humana; ganado el lugar que ya le pertenece, porque muchos de sus textos tendrán el valor de las cosas creadas desde la vida que lo enardece.
Por eso obtuvo este verso rotundo:
"Ser, no quitarme nada."
CARLOS ENRIQUE URQUÍA
