Datos del Libro:
Autor: Carlos Vega.
Editorial: Librería La Facultad de Juan Roldán y Cía.
Año: 1927.
Ilustracion de tapa: Emilio Centurión.
Ejemplar de la biblioteca de Juan Manuel Rizzi.
Reseña:
CAMPO Y LA CRÍTICA DE BORGES
La obra literaria de Carlos Vega está innegablemente vinculada a su pueblo natal, Cañuelas. Sus publicaciones a partir de 1924 en diarios y revistas de la Capital muestran que el reportorio de temas nace de un entorno aldeano y campestre. La dedicatoria de su primer libro, Hombre (1926): “A Cañuelas”, y las que siguen a personajes, familiares y señoritas del pueblo, no dejan lugar a dudas. Así la defensa del espacio entrañable, cercano, en el primer poemario adquiere este tono:
XI
Mi choza quedará bajo el olivo,
y…¡que nadie se atreva!
Si el nieto vuelve rico
y es su gracia primera
destruir la cabaña en que ha nacido
para hacer en su sitio casa nueva,
sepa que yo me opongo
a tan injusta ofensa;
¡la choza quedará bajo el olivo
mientras quede la abuela!
Dicha elección por la identidad naturalizada al paisaje, tiempo después en Campo (1927), segundo poemario, empieza a descubrirse como un signo de contradicción:
III
Por espacio de leguas y más leguas
tan solo se ven cardos;
pero es la perdición de los colonos
tal profusión de cardos en los campos.
¡Qué sensación extraña me produce
la belleza del daño!
Cuando no es trágica, o de inquebrantable soledad:
V
Esa gramilla simple
que empenacha la tierra
vive. ¡Qué vida extraña
y qué tenaz apego a la existencia!
Este fatal o problemático arraigo a la tierra, pudo haber sido la razón que a Jorge Luis Borges le hizo defenestrar el poemario Campo en la revista Síntesis (n°14, julio de 1928). La crítica de Borges es irreproducible. Vega realiza la “paradoja” de “muchas composiciones buenas y ni un solo renglón memorable”. Luego Borges utiliza el argumento de lo malo por antiguo, clasificando el libro dentro de “las más póstumas decadencias uruguayas de los gauchesco”, por su “costumbre dialogística, su malhumorada nostalgia, su espesado color local y hasta su ortografía”. En rigor, más allá de la operación Borges -deslumbrar con el lenguaje y el razonamiento, hablar de cualquier cosa menos del tema- es verdad que el colectivo de poemas es “desigual” y “heterogéneo”, y “no es posible ejercer un juicio de conjunto”. El porteño rescata de la tercera sección –Íntimas- “la dubitación de la belleza de una persona querida”, el resto lo enmarca en una crítica panorámica que puede resumirse en “ya no se puede escribir esto, la publicación del libro sobra”. No se olvida que ambos jugaban –Borges más conciente- a diferentes escuelas literarias. Si este adscribía entonces a una poesía moderna que se dejaba seducir por las vanguardias y las nuevas metáforas, aquel establecía continuidad con una tradición anterior y sus palabras eran las de todos. En el prólogo del poemario Hombre de Vega, Roberto Cugini define a Fervor de Buenos Aires –primer poemario de Borges, en 1923- como un fenómeno de “frialdad y dureza”, mientras que al cañuelense lo hace dueño de una “sinceridad simpática”.
Si Borges se arrepintió de haber “destrozado” estas primeras letras de Vega, no sabemos, cierto es que en el correr del siglo citó sus trabajos sobre el tango (en su ensayo Evaristo Carriego) y hasta colaboró con sus estudios cuando lo llevó a conocer a un caudillo y guitarrista del barrio de Palermo, Nicolás Paredes, cuyo encuentro con el musicólogo deparó una jugosa anécdota recopilada en la conferencia de Borges “La poesía y el arrabal”. Vega, por su parte, no publicó más poesía.